La mano de mi padre asida a la mía, como un imán protegiendo toda mi niñez de dos años, nuestro camino hacia la casa de su prima, se convertía en una gran aventura, cruzábamos la puerta pintada de verde y allí, en el patio encalado, brillando el blanco, la luz de la familia se hacía presente, mi tía Maria Andrea, su madre, la tierna emoción de aprender a valorar la familia y los lazos invisibles que generan el amor en el baúl del carazón.

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