Recuerdo esas ferias de pequeña con mis padres. El calor del verano, mis vestidos de faralaes. Los bailes con mi madre y las risas con mi padre. Toda la familia. Y sus ojos de felicidad. El sabor a los filetes a la plancha, el caldo de media noche. Y sus ojos de felicidad. Hoy brillan como antes, pero a veces, en ocasiones vuelven a hacerlo cuando le canto o le animo a darnos un revoleo de manos como en la caseta de su pueblo.