Recuerdo esos veranos en el pueblo, con mis abuelos. Mis padres trabajaban y no podían hacerse cargo de mi hermana y de mí, durante los meses de verano, así que nos íbamos con mis abuelos, desde junio hasta septiembre. Recuerdo pasar el día jugando con mis amigos a las cartas, al escondite o a liebre, este último era mi favorito. Fuimos creciendo y cambiando los juegos por las discotecas. Solo de pensar en cómo mi abuela metía una almohada en la cama, simulando que fuéramos nosotras, para hacer creer a mi abuelo que estábamos durmiendo en lugar de estar de fiesta, se me pone una sonrisa en la cara. Cuánto echo de menos esos momentos.